top of page

SAINT SEIYA-SAGA GENESÍS                                                                                                                                                                                                                                            Arco l-Ascendientes                                                                                                                                                                                                                              -La sabiduria consiste en saber cual es el siguiente paso

la virtud, en llevarlo a cabo-

David Starr Jordan

 

Inspiración-Capitulo lll

Sheratan, el heredero Ascendiente del primer Caballero Dorado de Aries había arribado finalmente al Santuario de Athena con la Amazona de Plata de Aguila en sus brazos y ante la mirada atónita de asombro de los Caballeros que se encontraban reunidos en el salón principal del Patriarca y en torno al Ouroboros. Podrían haber sido necesarias presentaciones, pero todo se esfumó cuando el fuego del reloj zodiacal se encendió sobre el segmento perteneciente al signo de Aries, solo con eso basto para que todos comprendieran la identidad de aquel joven de cabellos rojos como el fuego que ahora se encontraba frente a ellos. Sheratan depósito a Marín sobre el piso ante la obvia debilidad que está aún presentaba y amablemente se dispuso a saludar a todos los presentes, quienes en vano intentaban arrodillarse ante él a medida que este les rogaba que por favor no lo hicieran y solo pedía otras vestiduras para poder quitarse por fin los harapos que lo habían cubierto durante todo su cautiverio en Shar Bumpa. Jabu de Unicornio corrio rapidamente hacia una habitación contigua y trajo con él los atuendos que acostumbraba llevar el antiguo Caballero de Aries en los momentos en los que no portaba su Armadura. Sheratan se dirigió hacia un lugar privado y abandonó finalmente sus antiguos atavíos para surgir nuevamente portando un conjunto completamente blanco de un material similar al cuero y con cordones de oro que pendían de él dandole la apariencia de una vestidura militar. El heredero Ascendiente se dirigió entonces hacia donde se encontraba el Ouroboros y nuevamente el silencio y la tensión parecían apoderarse de todos los que allí se encontraban; inclinándose recogió del suelo la daga con la que el antiguo Patriarca Kiki se había quitado la vida y hundió la punta de esta en la yema de su dedo índice dejando que de esta brotara una pequeña gota de sangre, la cual luego vertió sobre el Ouroboros que pareció reaccionar inmediatamente ante el plasma de Sheratan, desatando su poder nuevamente y abriendo un nuevo portal que parecía revelar en su interior lo que parecía tratarse de una ancestral catedral cristiana en un paraje muy similar al de los pequeños poblados franceses, la morada de un nuevo heredero de los Ascendientes finalmente se alzaba ante ellos. Sheratan se volteo mirando fijamente a sus acompañantes mientras sacaba un pañuelo de seda de su bolsillo para limpiar la sangre que se encontraba sobre su dedo; -Muy bien Caballeros, ya he cumplido con mi parte, es hora de que ustedes vayan por mi camarada- expresó el heredero de Aries mientras los escudriñaba con su mirada esperando algún ofrecimiento por parte del resto de los Caballeros. Jabu de Unicornio adelantó sus pasos y con seguridad se ofreció para convertirse en el encargado de llevar a cabo una misión de tan alta complejidad, más Sheratan parecía no estar del todo seguro de que el fuese realmente el indicado para encontrar al nuevo Ascendiente; -Sin duda tendrás tu oportunidad Caballero de Bronce, pero te aseguro que puedo sentir a quien se encuentra del otro lado y estoy seguro de que tu no eres quien podrá despertar su conciencia y hacerlo recordar el pasado, sin embargo puedo sentir a alguien acercándose que sí podrá hacerlo- sostuvo Sheratan mientras todos se miraban entre sí intentando comprender a quién se refería. La duda los carcomía cuando de repente un jovencito abrió de un golpe las puertas del salón del Patriarca, casi trastabillando y con obvios signos de agitación se detuvo a respirar un poco mientras el resto de los Caballeros lo miraban pasmados por su presencia; -Maestra Shaina, es cierto que un nuevo Caballero Dorado ha aparecido?, los rumores ya han llegado hasta el exterior de las Doce Casas y quería saber si esto era cierto- dijo el jovencito sin percatarse de la presencia de Sheratan en el lugar; -Y tu eres?...- murmuró con voz tranquila el Caballero Dorado de Aries intentando no alarmarlo demasiado; -Yo soy Abaddon, Caballero de Plata de Perseo y tu quién eres?- respondió el joven mientras lo atravesaba con una mirada inquisitiva, -Yo soy aquel por quien preguntas, es un placer Caballero de Plata- respondió Sheratan mientras Abaddon retrocedía ante la sorpresa de descubrir que los rumores eran reales. El joven Caballero de Plata se arrodilló rápidamente ante la presencia de quien podía considerarse prácticamente una leyenda viviente y bajo su cabeza en señal de respeto hacia este, pero Sheratan no se inmuto siquiera por esto, por lo contrario, se acercó a él y posando una mano en su hombro le ordenó que se levantará; -Agradezco tus muestras de respeto Abaddon, pero existe algo de mayor importancia que debes llevar a cabo por mi y por el Santuario- mencionó Sheratan mientras el Caballero de Plata asentía con su cabeza, -No tenemos tiempo para explicarte con detalles lo que está sucediendo, por lo que iré directamente al grano; lo que esta frente a ti es el Ouroboros y el portal que se encuentra tras él te llevará directamente a la locación del segundo Ascendiente y creeme que te será muy sencillo identificarlo. Es vital que des con el y lo traigas de regreso al Santuario, realmente lo necesitamos- expresó el Caballero Dorado mientras el joven comenzaba a caminar raudamente en dirección al portal. -Espera un minuto Caballero de Plata, antes debo advertirte que no estarás solo allí, en estos momentos pudo percibir la presencia de un poder increíble arribando a las inmediaciones, y temo que lleva el sello de los Dioses Primordiales- advirtió Sheratan para preparar a Abaddon para las contingencias que inexorablemente acontecerían.

 

 

Abaddon se internó en el portal y cuando este desapareció detrás de él pudo encontrarse a sí mismo parado en el pórtico de una antigua catedral que parecía contemplar al poblado que la circundaba como un gigante silencioso de piedra y mármol. Miró a su alrededor y pudo contemplar una ciudad desierta, devastada y mostrando aún las cicatrices de las heridas que la Guerra Santa contra Hades habián abierto. El silencio allí era sepulcral y solo se veía interrumpido durante breves lapsos del tiempo por el sonido del viento colándose entre las derruidas construcciones y el trinar de las aves que aún moraban entre las ruinas. Se detuvo a pensar durante algunos segundos como un ser humano podía seguir viviendo en un lugar así, preguntándose si tal vez el Ouroboros había cometido un error y lo había llevado al lugar equivocado, inquiriendo para sí mismo si Sheratan realmente era quien decía que era o si todo se trataba tan sólo de una broma perversa de los Dioses. Su mente se colmaba de preguntas ante el nuevo escenario que se presentaba cuando de repente pudo escuchar un eco de pasos detrás de él que provenían del interior de la catedral y al voltearse, pudo contemplar a través de los vitrales y con nítida claridad la sombra de una persona que parecía caminar calmada y apaciblemente dentro de aquella colosal construcción. Por un momento dudo, podía ser el Ascendiente del que el Caballero Dorado de Aries le había hablado o podía tratarse de una amenaza esperando como una bestia agazapada el momento preciso para tenderle una emboscada; pero aún así y fuese lo que fuese que se encontrara dentro de esa Catedral, debía presenciarlo con sus propios ojos. El Caballero de Plata se dispuso a ingresar atravesando los inmensos portales de madera y se encontró con un enorme salón que se extendía frente a él repleto de sitiales de fina madera y en la parte superior, una bóveda finamente construida oficiaba de acabado perfecto para un lugar de tal exquisitez arquitectónica. Continuó desplazándose hacia el interior mientras llenaba sus ojos con la belleza de aquel lugar que parecía estar ajeno a la destrucción que reinaba en el exterior y finalmente llegó al altar principal; nuevamente se detuvo y giró completamente extasiado por aquella catedral cuando finalmente pudo notar un detalle que había escapado de sus primeros avistamientos; se había abstraído tanto en la paz de aquel salón que no había conseguido percatarse del centenar de lienzos que pendían de los muros; lienzos que obviamente, no eran parte de aquella catedral. Se acercó a uno de ellos y rápidamente pudo notar de que se trataba de un retrato de un ser que parecía demasiado similar a un Espectro del Dios del Inframundo; continuó recorriendo las pinturas con su mirada y una vez tras otra la razón que las había inspirado se repetía. Espectros de Hades y seres humanos de obvia maldad estaban plasmados sobre aquellos retazos de tela y en sus caras podía denotarse un sufrimiento desgarrador, casi rozando el hecho de que parecieran estar encerrados allí; sus miradas resultaban reales, sus rasgos parecían reales y de sus ojos emanaban lagrimas de sangre que aún permanecían frescas. El Caballero de Plata retrocedió y posó la Caja de Pandora que contenía su Armadura sobre la superficie disponiéndose a portarla para afrontar a quien hubiese hecho algo semejante; pero aunque intentará abrirla o llamarla, esta no parecía dispuesta a cubrir su cuerpo. -La Armadura no responde a tu llamado porque no existe amenaza alguna de la cual deba defenderte- clamó una voz tranquila detrás de él mientras su sangre se helaba ante aquel extraño timbre de voz que le resultaba desconocido. Al voltearse, Abaddon contempló a un joven de largos cabellos platinados, ojos oscuros, dueño de un rostro firme pero sereno y que miraba fijamente la cruz que se alzaba detrás del altar, -Cuéntame qué te ha traído hasta la Catedral de Chartres muchacho?- repitió el extraño joven intentando entablar una conversación con el Caballero de Plata que aún se encontraba a la defensiva y en silencio, -No tengas miedo, cuéntame; mis pinturas pueden hacer muchas cosas, pero hasta ahora nunca había visto que volvieran mudas a las personas- continuó mientras esbozaba una pequeña sonrisa en su apacible rostro. Abaddon se adelantó unos pasos intentando mostrarse algo más calmado y relajado, pero aún no podía quitar la tensión de sus músculos, no podía desistir y bajar su guardia pues aún resonaba en su mente la última advertencia que Sheratan le había dado. -Mi nombre es Abaddon, vengo desde el Santuario de Athena en Grecia y tengo la misión de encontrar a uno de los llamados Ascendientes; acaso sabes donde puedo encontrarlo?- preguntó el Caballero de Plata mientras su acompañante llevaba su mano derecha hacia su mentón en un gesto pensativo; -Ascendiente?, eso suena como algo realmente importante, pero lamento decirte que desde que aconteció la Guerra Santa contra Hades, quienes no murieron aquí acabaron marchándose huyendo del hambre y la destrucción; sólo yo quedo en Chartres y me he quedado en este lugar para evitar que el tiempo hiciese con esta catedral lo mismo que hizo con el resto de la ciudad- sostuvo el extraño joven mirando por primera vez de forma directa al Caballero de Plata.

 

 

-Ya que tu te presentaste, creo que es hora de mostrar que también yo tengo modales, mi nombre es Asmodeus- continuó el joven mientras estiraba su mano hacia la figura de Abaddon quien también extendió la suya estrechandola. -Tu pintaste estos lienzos Asmodeus?, por momentos siento que quienes están plasmados en ellos están vivos- dijo con nerviosismo el Caballero de Plata mientras levantaba su vista hacia las pinturas, -Puedo jurarte que sentí escalofríos al verlas-. -Exactamente Abaddon, fui yo quien pintó estos cuadros. Cuando la Guerra Santa comenzó, esta ciudad se tornó rápidamente en un desierto; la hambruna y las miserias humanas los empujaron a todos a escapar hacia ciudades más grandes y luego, llegó la primer oleada de Espectros a este lugar y junto con ellos, saqueadores que no dudaron ni un segundo en incendiar y destruir todo lo que encontraban a su paso si no les era de provecho- comenzó a narrar Asmodeus mientras comenzaba a captar la atenta atención de su joven escucha, -Yo apenas era un niño y había perdido a mis padres recientemente, por lo que no tenía nada que perder ni lugar alguno al que ir, este era mi hogar y no estaba dispuesto a abandonarlo, creo que ese fue el legado más grande que me dejó mi padre, la capacidad para no sentir miedo alguno y la entereza para mantener alta mi frente ante cualquier amenaza- continuaba el joven mientra frotaba sus manos y sus ojos parecían reflejar los recuerdos que se estaban sucediendo en su mente, -Rápidamente tomé las pertenencias de mi padre, sus lienzos y pinceles y me refugié en la cripta de la catedral y tan sólo por momentos salía hacia el exterior, ocultandome y contemplando cómo se movían a través de estas calles como si les pertenecieran y luego de verlos, regresaba a la cripta e intentaba plasmarlos sobre los retazos de tela para nunca olvidar los rostros de aquellos de los que un día debería vengarme-. Asmodeus se puso de pie y camino hacia una de las pinturas mientras acariciaba el lienzo con sus manos -Una a una las pinturas se fueron apilando hasta llegar a ser decenas, y mientras mas pintaba, menor era el número de maleantes que se desplazaban a través de Chartre. Francamente pensé que se trataba sólo de una coincidencia pero al volver a mirar las pinturas note que estas habián cambiado, ya no eran aquellas que yo había plasmado con mis manos y se habían convertido en lo que tu estas viendo, extraño, no te parece?- replicó Asmodeus en tono irónico mientras mostraba una mueca similar a una sonrisa. -Extraño y tétrico- respondió Daemon mientras parecía estar sintiendo un fuerte escalofrío recorrer su espalda, -Me agradas Caballero de Athena, si quieres pudo hacer un retrato de tí- dijo el joven mientras lanzaba una fuerte carcajada que era respondida de igual manera por el Caballero de Plata de Perseo. Finalmente Abaddon se sentía cómodo junto a quien había encontrado en la catedral de Chartres, más en su mente aún resonaba su principal misión, aquella que hasta el momento no había conseguido concretar. Asmodeus tomó el cáliz que se encontraba y sirvió en el un brebaje borravino y sorbió un trago de este para luego invitar a su acompañante, pero aquella calma se vio interrumpida cuando un estruendoso sonido que provenía desde la cabecera de la catedral hizo vibrar los ventanales y descolgó todas las pinturas de los muros. Asmodeus rápidamente soltó la copa derramando el licor sobre la superficie y la Caja de Pandora que contenía la Armadura de Plata de Perseo se abrió liberandola mientras esta cubría el cuerpo de Abaddon, -Rápido Asmodeus, escóndete, esta es la amenaza de la que Sheratan me habló, malditos, finalmente nos encontraron- gritó el Caballero de Plata desesperado, pero su acompañante, por el contrario, no se movió siquiera un centímetro, permanecía a su lado, estoico y con una férrea determinación, -Acaso no entiendes, si te encuentran aquí morirás, si son los enviados de los Dioses Primordiales no podré defenderte por más que lo desee- continuó exclamando Abaddon intentando que Asmodeus viera la realidad y la gravedad de lo que estaba por acontecer, pero este continuaba junto a él y para su desconcierto, parecía estar sonriendo, casi como si aquellos sucesos le causaran felicidad, como si hubiese estado esperando toda su vida por un reto semejante, por la oportunidad de probarse a sí mismo y a su padre que él era digno de su orgullo. -Me escondí durante toda mi infancia amigo mío, ya no lo hare mas, si la muerte ha decidido venir por mi, entonces le daré la posibilidad de que intente arrancarme de este mundo- profesó el joven mientras apretaba con fuerza sus puños y los elevaba en el aire. -Si esta es la última vez que nos vemos…- intento pronunciar Abaddon mientras lo contemplaba con honra, -Esta no será la última vez que nos veamos amigo mío, si caemos aquí, entonces continuaremos nuestra charla del otro lado- interrumpió Asmodeus mirando como desde la nada dos figuras de semblante espectral comenzaban a manifestarse. Armaduras que poseían tintes violáceos y con un aspecto entre horrendo y agresivo cubrían los cuerpos de dos doncellas que parecían gozar de una obvia juventud y sobre sus rostros, máscaras de aspecto tétrico escondían completamente sus facciones y sus ojos mientras alrededor de ellas levitaba un orbe negro que parecía oficiar como su único medio para poder observar lo que las rodeaba y que se posaba intermitente en las manos de ambas para que pudiesen contemplar a quienes se erigian frente a ellas; -Asi que ustedes son a quienes estábamos buscando, no entiendo porque tanto alboroto si no son más que dos simples mortales- esbozó una de ellas mientras entregaba al orbe a su compañera, -Hermana, no importa qué o quienes sean, debemos cumplir con el designio que nuestro señor nos ha dado, por lo que supongo que lo mejor sería terminar finalmente con ellos y luego preguntarles quiénes son, no crees?- sostuvo la otra enigmática figura mientras lanzaba una profunda carcajada. -Quienes son y qué demonios quieren aquí?- exclamó Abaddon con desprecio hacia aquellas dos figuras de aspecto tan sombrío y fue esta pregunta la que acabó con las risas de sus potenciales enemigas; -Nosotras somos las Grayas del Daimon del Destino Moro, yo soy Agathe, Daimon de Penfredo y mi hermana es Rozeen, Daimon de Dino y hemos venido hasta este inmundo lugar a apoderarnos de sus insignificantes de vidas- sostuvo Agathe mientras toda la nave principal de la catedral de Chartres se sumía en una profunda oscuridad y las sombras le ganaban terreno a los rayos de sol que se colaban a través de los vitrales.

 

 

-Nosotras las Grayas, como desde tiempos mitológicos siempre hemos amado ser criaturas que moran por siempre en la noche y es la oscuridad nuestro entorno natural, por lo que supongo que es hora de que las luces finalmente se apaguen Caballeros…- dijo Rozeen por última vez y entonces, todo se sumió en penumbras. Abaddon intentaba percibir las presencias de sus enemigas y a gritos llamaba a Asmodeus para que este siguiese su voz y se quedara detrás de él, aunque las sombras y los ojos cubiertos de las Grayas le daban la total certeza de que el escudo de Medusa que poseía su Armadura se había tornado inútil para oponerse a los poderes de estas sirvientas del Daimon del Destino Moro. En vano intentó desencadenar su Lluvia Petréa intentando hacerlas retroceder, pero sus crípticas risas continuaban deambulando de un lado a otro de forma imposible de predecir por lo que tan solo podía escuchar el eco de su lluvia de piedras impactando contra la estructura de la gótica construcción sin siquiera rozar los blancos a los que estaban destinadas. De repente las risas de las Grayas se detuvieron y Abaddón pudo sentir la respiración de ambas sobre su cuello y el pútrido aliento de estas lo asqueaba, entonces un profundo y punzante dolor recorrió su columna y pudo percatarse como un tibio líquido recorría su espalda y sus extremidades comenzaban a adormecerse y a perder sensibilidad y entonces pudo escuchar sus voces susurrando a su oído lo que parecía ser el nombre de uno de sus sombríos poderes; -Occulus Detrimentum- mencionaron ambas al unísono y entonces todo se ilumino debido a la energía que ambas liberaban directamente contra la espalda del Caballero de Plata e inmediatamente pudo escuchar el sonido de su Armadura resquebrajándose y su cuerpo impactando contra uno de los muros de la catedral y precipitándose pesadamente sobre el piso. Le costaba demasiado moverse, sus músculos parecían estar atrofiados y el dolor que sentía sobre su columna lo paralizaba, se sentía derrotado aun dándose cuenta de que a sus enemigas les habían bastado solo algunos segundos para neutralizarlo aún siendo un Caballero de Plata y comenzó a entender que la vida de Asmodeus pronto se apagaría y que no podría hacer nada para evitarlo. Comenzó a gritar hacia la nada con las pocas fuerzas que le restaban y clamaba los nombres de sus compañeros que aún estaban en el salón del Patriarca abrazando la esperanza de que lo oyeran a pesar de la distancia y acudieran en socorro de ambos; esperanza que se acabó cuando sintió a Rozeen de Dino pidiéndole el orbe a su hermana y diciéndole que ella se encargaría de destrozar el cuerpo de Asmodeus. Abaddon comenzó a llamar a Asmodeus, gritaba su nombre e intentaba ver algo a pesar de la oscuridad reinante, pero solo podía oír el sonido de pasos que se movían de un lado a otro como si estuvieran escapando de su inevitable destino. El Caballero de Plata cerró sus ojos y soporto el profundo dolor mientras intentaba reincorporarse sobre sus piernas, pero entonces una mano se posó sobre su hombro y pudo sentir la voz de Asmodeus susurrandole en un tono casi inaudible, -Amigo mío, recuerdas cuando me dijiste que mis lienzos parecían estar vivos?; te contaré un secreto, de hecho si lo están…- murmuró y de repente, miles de exhalaciones azules de fuego comenzaron a arder a través de toda la nave principal de la catedral de Chartres volviendo a iluminar todo con un fulgor que parecía provenir del mismísimo infierno y alaridos de sufrimiento surgían desde los lienzos como una melodía propia de los coros de demonios. Las Grayas se paralizaron al ver esto y se disputaban entre ellas el orbe para poder ser testigos de lo que estaba sucediendo, Agathe de Penfredo se quedó con el y lo apuntó directamente hacia la figura de Asmodeus, quien ahora se erigía entre los fuegos fatuos como un ángel de la muerte esperando paciente por arrastrar hacia el infierno el alma de sus víctimas. Los lienzos se alzaban en el aire conformando un patrón que parecía imitar perfectamente el laberinto trazado sobre la superficie de la catedral de Chartres atrapando en su interior a las Daemons de Moro y desde el interior de estas, las almas allí plasmadas emergían hacia la superficie atrapandolas con sus cadavéricas manos y paralizandolas por completo. Rozeen intentaba moverse y Agathe se esforzaba por apoderarse nuevamente del orbe que había escapado de sus manos tras ser apresada por los espíritus de los lienzos, pero este solo permanecía allí, levitando cerca de ellas y haciendoles evidente el hecho de que habían caído en una trampa mortal. Asmodeus se elevó en el aire para descender precisamente frente a ellas y tomó el orbe con una de sus manos; -Esto es imposible, tu conciencia debería estar sellada…- expresó Rozeen de Dino con vehemencia mientras el joven Ascendiente investigaba el orbe con su curiosa mirada, -Devuélvenos nuestro ojo maldito…- continuó Agathe de Penfredo sin escuchar respuesta alguna por parte de su enemigo. Asmodeus se acercó a ellas y tomó el rostro de una de las Grayas con su mano mientras en la otra sostenía el oscuro orbe, -Si este es su ojo, supongo que sin él están ciegas, o me equivoco?- expresó el joven Ascendiente con cierto sarcasmo, -Debe ser terrible estar sumergidas en oscuridad semejante y no conseguir contemplar lo que sucede a tu alrededor, eso es exactamente lo que intentaron hacernos cobardes, creo que ahora les devolvere el favor- gritó mientras una enorme llama azul surgía desde la palma de su mano consumiendo el orbe hasta tornarlo solo en un puñado de cenizas. -Mi conciencia estuvo sellada hasta el preciso momento en el que comencé a pintar estos lienzos, al principio en ellos sólo conseguía plasmar escenas que me resultaban ajenas y extrañas, imágenes de antiguas guerras y muerte, como si mi alma estubiese intentando comunicarse conmigo a través de los trazos de mis manos. Entonces todo se volvió claro y evidente, lo que pintaba era el legado de mis antecesores y con el tiempo entendí que mis lienzos eran mensajeros de la muerte, el medio necesario para apoderarme y sellar las almas de aquellos que resultaban una amenaza para mí, y como pudieron ver hace algunos minutos, los Espectros de Hades fueron los primeros en ser mi inspiración- sostuvo Asmodeus mientras comenzaba a liberar una pequeña porción de su poder desatando en la nave principal de la catedral un verdadero infierno. -Ahora las enviaré de regreso con su miserable amo y diganle que el heredero del Ascendiente de Cáncer pronto irá por él y le demostrara que su inmortalidad puede ser puesta a prueba, prepárense para conocer el poder de las Ondas Infernales de la constelación de Cáncer- exclamó mientras un espiral de color blanco comenzaba a surgir desde su dedo índice e impactaba contra el cuerpo de las Grayas, expandiéndose a su alrededor y atrapando sus cuerpos mientras un portal se abría debajo de ellas y desde el, el fuego fatuo ascendía amenazando con incinerar sus almas. -Volveremos Caballero Dorado de Cáncer…- gritó con desesperación Agathe de Penfredo mientras Asmodeus se volteaba y les daba la espalda, este se detuvo y levantó su mano abierta -Y creanme que las estaré esperando para unir sus lienzos a mi galería…- dijo serenamente mientras comenzaba a cerrar su puño -Mis amadas almas cautivas, sueltenlas y dejen que el infierno se alimenté con sus despreciables espíritus- dijo por última vez mientras las Grayas eran arrastradas hacia las profundidades del averno debido al poder de las Ondas Infernales.

 

 

Asmodeus se acercó al cuerpo aún parcialmente paralizado de Abaddon mientras los fuegos fatuos se apagaban y los lienzos retornaban a ocupar su última morada sobre los muros de la catedral de Chartres. Sin el influjo del poder de las Grayas, la oscuridad retrocedió y la luz del día volvió a iluminar el hermoso interior de aquel sagrado lugar, Asmodeus estiró su mano tomando el brazo del Caballero de Plata y lo ayudó a establecerse nuevamente sobre sus pies. Abaddon lo miró por algunos segundos sintiendo en su interior una extraña mezcla de temor y admiración, -Pero tu me dijiste que ya no quedaba nadie más que tú en Chartres cuando te pregunté sobre el Ascendiente…- inquirió mientras denotaba la obviedad en su pregunta. -Y tú estabas tan abstraído en tí mismo que no notaste que tus preguntas ya habián sido respondidas- contestó Asmodeus con un gesto de superación. -Realmente no sentí que debiese ser más obvio, pero sin embargo, aún sin notar que era yo a quién estabas buscando, te esmeraste por defenderme, podrías haber muerto intentando proteger mi vida y no lo dudaste siquiera un segundo, eso me demostró que eres noble y…- expresaba Asmodeus mientras se dirigía hacia la entrada de la cripta de Chartres; -Y valiente- dijo Abaddon intentando completar la frase del Ascendiente mientras este se detenía y llevaba una de sus manos a su cabeza. -No Caballero de Plata, eres noble y estúpido; y me recuerdas demasiado a mi padre, tienes las mejores intenciones, pero debes comprender tus propias limitaciones antes de lanzarte a un combate; tienes demasiada confianza en el escudo de Medusa que conforma tu Armadura y hoy las Grayas te demostraron que neutralizarlo puede resultar sumamente sencillo, estamos a punto de enfrentarnos a Deidades que controlan la oscuridad y que están conformadas por ella, debes aprender a controlarla, a utilizarla a tu favor, no siempre habrá alguien a tu lado para socorrerte y en la guerra que se aproxima, cientos de vidas dependeran de tí, y yo voy a asegurarme de que no las defraudes- expresó Asmodeus internándose finalmente en las escalinatas que lo conducián hasta las oscuras criptas. Abaddon corrió detrás de él con la urgencia de saber que debían regresar cuanto antes al Santuario de Athena para poder propiciar la búsqueda del siguiente Ascendiente pero cuando estuvo a punto de llegar hasta los umbrales de lo que había sido la morada del Ascendiente de Cáncer durante toda su niñez, Asmodeus surgió nuevamente ataviado con un largo saco negro y cargando en sus manos lo que parecía ser un pincel de un material dorado; -Que haces Asmodeus, no entiendes que no tenemos más tiempo que perder?- sostuvo el Caballero de Plata mientras señalaba el portal del Ouroboros que estaba comenzando a desplegarse frente a ellos. -Lo entiendo perfectamente Abaddon, pero tu debes entender que no puedo ignorar la oportunidad que esta Guerra Santa me brinda de poder decorar la Casa de Cáncer con los lienzos de sus almas inmortales; después de todo, quién soy yo para negarme a una inspiración semejante?- exclamó el heredero de Acubens mientras pasaba a un lado de Abaddon y se dirigía hacia el portal del Ouroboros; del otro lado, Sheratan contemplaba la escena con una sonrisa en sus labios mientras con su mano invitaba al nuevo Ascendiente a ingresar al Santuario. Abaddon se detuvo por última vez y lanzó un vistazo a su alrededor para contemplar por última vez la catedral -Asmodeus, acaso vas a dejar estos lienzos aquí?- preguntó al Ascendiente quien continuaba desplazándose hacia el portal, -Dejarlos?, ellos pertenecen a este lugar y Chartres necesita una fuerza que la proteja en mi ausencia; creeme que siento pena por las almas que se atrevan a traspasar esos portales de madera, dudo realmente que los espíritus atrapados en los lienzos sientan piedad por ellos- sostuvo mientras atravesaba la vorágine de energía y posaba uno de sus pies en el salón del Patriarca, -Vamos Abaddon, muevete, recuerda que me dijiste que no tenemos tiempo que perder- dijo en tono bromista mientras el Caballero de Plata aceleraba sus pasos para ingresar junto con el al Santuario de Athena y reunirse finalmente con el resto de los Caballeros que allí se encontraban. El segundo Ascendiente había sido encontrado y dos nuevos enemigos al servicio de los Dioses Primordiales se habián presentado revelando aun mas detalles del escenario que estaba planteandose. El Ascendiente de Cáncer, el ángel de la muerte de los tiempos mitológicos había regresado para ocupar finalmente el lugar que siempre le había pertenecido y ahora dependería del poder que residía en su sangre dar el siguiente paso hacia el encuentro final de la estirpe más majestuosa y sublime de Caballeros Dorados que el mundo halla contemplado en siglos.

 

 

bottom of page